miércoles, 18 de enero de 2012

Después de leer "El señor de las moscas"  de William Golding, la mente comienza a ocuparse de forma desaforada por atrevidos pensamientos con alma de liderazgo. Surge la reflexión, temida compañera, que como suele ocurrir habitualmente se extiende en ti  y nada más que en ti. Este hecho, con toda probabilidad, nace de la soledad y no de la vergüenza; ay atrevimiento, hijo de .....
Así, aún siendo muchas las explicaciones sabias surgidas de esta novela, las pasé por alto e hice como si fuese la única persona que pensaba tales y tan simples cosas.
Relata con distancia la putrefacción de una sociedad que acaba de nacer, plagados en principio de inocencia y carentes del error humano que otorga vivir. Así, comienza la corrupción interna de cada uno de los personajes, que convierten sus irreconocibles miedos en temidos enemigos. Surge de este modo, una encarnizada lucha, del hombre contra el fantasma, en la que siempre hay dos perdedores, el propio hombre y la sociedad. Los "conscientes" pasan sin saberlo al otro bando; al de los miedos, a ser los fantasmas, a una lucha desigual.
Estos miedos, son los que diariamente vislumbramos con regocijo en otros y nunca en la persona que vemos nada más despertar. Gobiernan nuestra vida, y las consecuentes acciones, omisiones o pensamientos gobiernan las del resto. Estos miedos son de diferente índole; algunos nacen de la ambición, del miedo a la soledad, de la inseguridad más pequeña, y otros de una maldad difícilmente explicable.
Así caminamos todos, y perdemos la visión de conjunto. Hasta que como en la obra, no hay retorno, pues el odio genera más odio y la violencia más violencia. Quizás no sea tan grave, pero las cuerdas que te sujetan son demasiado sólidas para romperlas, y creas estar demasiado alejado de la orilla para volver.
Todos somos niños en una isla desierta, algunos han tomado el control y ya se han perdido.
Otros buscan lo que la isla pueda ofrecer.
Y los que más, también luchamos con fantasmas; más llanos, sencillos y reconocibles. Esperamos cambios, pero el fantasma sigue ahí.

Queda saber quién, como al final del libro, se avergüenza de la forma que ha adoptado; algunos siguen sin reconocerse a primera hora.

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